“Al convertirte en madre, te preparas para una experiencia transformadora, llena de momentos de amor y conexión con tu bebé. Sin embargo, mi viaje hacia la lactancia materna fue uno de los desafíos más grandes que he enfrentado, y quiero compartir mi historia de lucha y perseverancia.
EL COMIENZO DEL CALVARIO
Todo comenzó poco después del nacimiento de mi hija. Ella llegó al mundo pesando 3,190 kg, sin embargo, la felicidad inicial se convirtió en preocupación cuando su peso disminuyó a 2,630 kg. Como madre primeriza, estaba decidida a alimentarla de la mejor manera posible, pero las grietas dolorosas en mis pezones se interpusieron en mi camino.
Estas grietas eran más que un simple malestar; se convirtieron en heridas abiertas que pronto resultaron en la pérdida de tejido en mis pezones. Cicatrices que siempre me acompañaran. La agonía física se mezcló con una carga emocional inmensa. La idea de alimentar a mi hija, que debería haber sido un momento de intimidad y amor, se convirtió en una fuente de dolor y angustia. Me encontraba atrapada en un ciclo vicioso en el que mi hija se dormía en el pecho sin comer lo suficiente, y la poca leche que lograba succionar no era suficiente para estimular la producción de leche de manera adecuada.
La situación empeoró cuando comenzamos a suplementar con biberones. Mi hija cambió la manera de succionar el pecho, lo que agravó la falta de estimulación necesaria para mantener mi producción de leche. Las grietas seguían empeorando, y cada vez que ella se ponía en el pecho, el dolor era insoportable. Sangre, lágrimas y una profunda frustración se convirtieron en mi realidad diaria.
Fue un período oscuro, marcado por noches de insomnio, agotamiento físico y un sentimiento de fracaso que parecía insuperable. Me encontraba al borde de abandonar la lactancia materna, considerando la posibilidad de rendirme ante una tarea que parecía imposible.
LA LLEGADA DE MARISOL
En medio de este tormento, un rayo de esperanza apareció en la forma de Lara, una querida amiga que me habló de Marisol, una asesora de lactancia. Nunca olvidaré aquel día; fue mi última esperanza antes de dejar de intentar la lactancia por completo. Marisol llegó con una presencia tranquila y una comprensión genuina de mi situación.
Cuando Marisol sugirió la relactación, fue como si un nuevo camino se abriera ante mí. Su plan consistía en suplementar a mi hija con leche extraída o con fórmula, al mismo tiempo que trabajábamos para restablecer la lactancia. A partir de ese momento, comenzó el arduo trabajo de extraer leche a todas horas, incluso en las madrugadas, y relactar en cada toma. Hubo momentos en los que el dolor fue tan insoportable que tuve que dejar de amamantar de un pecho por completo. Durante quince días, me vi obligada a no usar el pecho derecho debido a las graves heridas, y posteriormente el izquierdo sufrió de la misma manera. Para evitar la mastitis, extraía leche continuamente. Fue un proceso agotador, tanto mental como físicamente, pero el compromiso y la determinación de darle a mi hija lo mejor me impulsaron a seguir adelante.
En medio de las dificultades de la lactancia, hubo otro obstáculo que tuvimos que enfrentar: el frenillo lingual. Desde el principio, noté que algo no estaba del todo bien con su forma de succionar. Marisol me recomendó hacer visita a un especialista para determinar si realmente había dificultades que hicieran que la lactancia no fuera exitosa. Mi intuición me decía que podía haber un problema subyacente, por lo que decidí buscar la opinión de profesionales.
Visité a dos médicos diferentes, pero ambos minimizaron mis preocupaciones y aseguraron que el frenillo no era la causa de nuestras dificultades. Sin embargo, mi instinto de madre me decía que no debía rendirme. Así que decidí consultar a un tercer médico, quien finalmente confirmó que el frenillo era un problema y recomendó una intervención.
Tomar la decisión de realizar la frenectomía no fue fácil. Sabía que era lo mejor para mi hija, pero también sabía que implicaría un proceso doloroso de masajes postoperatorios para asegurar su correcta recuperación. Este conocimiento me llenaba de temor, pero estaba decidida a hacer todo lo necesario para mejorar nuestra experiencia de lactancia.
La intervención fue un éxito, y mi hija mostró mejoras casi de inmediato. El proceso de masajes fue difícil; verla experimentar dolor era desgarrador. Pero me mantuve firme, recordando que este sacrificio era necesario para su bienestar a largo plazo.
A medida que pasaban los días, noté cómo mi hija comenzaba a succionar de manera más efectiva. El dolor en mis pezones disminuyó por completo y, por primera vez en semanas, pude disfrutar de esos momentos de conexión especial mientras la amamantaba.
A pesar de todos los progresos, me encontré con opiniones externas que opinaban que mi hija continuaba estando delgada para su tiempo, lo que provocó una profunda crisis emocional en mí. Me sentía vulnerable y comenzaba a cuestionar mi capacidad para nutrir adecuadamente a mi hija.
Las dudas se apoderaron de mí, y por un momento, estuve a punto de dejarlo todo. Parecía que, a pesar de mis esfuerzos, nunca sería suficiente para que mi hija alcanzara el peso que todos esperaban.
Fue un momento crítico, en el que tuve que buscar dentro de mí la fuerza para seguir adelante. Recordé las palabras de Marisol y el compromiso que había hecho con mi hija. Me di cuenta de que nadie más que yo conocía el arduo camino que había recorrido para llegar hasta aquí. Decidí entonces confiar en mí misma y en el vínculo que había creado con mi hija.
EL CAMINO HACIA EL ÉXITO
Más de 40 días relactando, de esfuerzo incansable finalmente dieron sus frutos. Poco a poco, mi hija comenzó a ganar peso sin la necesidad del suplemento, un logro que me llenó de una inmensa gratitud y orgullo. Cada gota de leche que lograba extraer, cada toma que lograba completar, era una victoria personal, un testimonio de mi amor incondicional y mi perseverancia como madre.
Este viaje no solo fortaleció el vínculo entre mi hija y yo, sino que también me enseñó valiosas lecciones sobre la resiliencia, la paciencia y la importancia de buscar ayuda cuando más la necesitas. La experiencia de la lactancia materna, a pesar de sus desafíos, me ha transformado profundamente, convirtiéndome en una madre más fuerte y empoderada.
Mirando hacia atrás, estoy agradecida por cada lágrima, cada momento de duda, y cada pequeño triunfo que me llevó hasta aquí. La lactancia materna es un viaje personal y único para cada madre, y mi historia es un testimonio de que, con el apoyo adecuado y una determinación inquebrantable, es posible superar incluso los desafíos más grandes.
A todas las madres que enfrentan dificultades en su camino de lactancia, quiero decirles que no están solas.
Quisiera expresar mi más profundo agradecimiento a Marisol, cuya guía y apoyo fueron esenciales para alcanzar este logro. Su empatía y conocimiento me dio la fortaleza necesaria para continuar cuando estaba a punto de rendirme.